3.16.2007

Felicidad

Tomar jugo directo del pote por muy tierruo que se vea. El olor de la tierra mojada. Helado de ron con pasas. Pintar con rodillo. Nadar desnudo. El yogurt de mora. Las burbujas de jabón. Ver el humo del cigarrillo. Las margaritas. Los escenarios. Las manitos de los bebés. El sonido de la lluvia al caer sobre láminas de zinc. Dormir hasta tarde. El jugo de mango Yukery. La luna sobre san felipe. Los apartamentos blancos y minimalistas. Llegar a mi casa y encontrar la comida hecha. Los masajes en la espalda. Las cosas simples. Pan con mantequilla y jamon. Las camas recién hechas. Un gato durmiendo sobre mi regazo. Las notas de un violonchelo. Los misteriosos vidrios espejados de un bus. Besar un cuello amado al despertar. Los cachorros. Regalar flores. Los aeropuertos. Cruzar la calle con un brazo sosteniendo el mío. La Cocacola. Contar mis sueños. Robar historias. Las monedas. Ir al cine y comer cotufas con Nestea y gomitas. Los jardines con bonitas fuentes y estanques llenos de nenufares. Los ojos de los caballos. La pasta. Una ducha con agua caliente. Las historias bien contadas. Los dulces de guayaba. Los lirios blancos. La voz de Allyson Hannigan. Que me agarren de la mano. La música Punk. Disneyworld. Las tortas de cumpleaños con crema verde y pastillaje. El viento marino sobre mi rostro. Los loros. La literatura erótica cuando está bien escrita. Las pecas. Usar franelillas Ovejita. Los cuadernos. El queso. Los rompecabezas. El azul. Los castillos. Manejar muy lejos de aquí. Los vestidos negros. Encontrarle formas a las nubes. Las películas. Los libros de historias fantásticas. La Gran Sabana. Siempre tener algo que aprender. Las copas de cristal. "Kryptonite" de 3 Doors Down. Las montañas rusas. Alguien a quien cuidar. Las papas fritas con salsa de tomate, mayonesa y pimienta. El agua como elemento. Que me regalen flores. Las mujeres con faldas. Dormir con lluvia. Las sábanas limpias. Escribir para ti… y para mí.

Sueño que estoy vivo

Se sueñan, se encuentran y se aman de esa manera. Aunque en el mundo físico casi ni se ven… se sueñan.

Yo tengo tantos sueños locos en las noches que me gustaría pasar más tiempo de mi vida dormida.

Los diccionarios definen los sueños como representaciones en la fantasía de sucesos e imágenes mientras se duerme. Yo creo, más bien, que son una manera de vivir fantasías que le faltan a la vida. Y me importa un carajo lo que signifiquen los símbolos, o saber que si se te caen los dientes es porque vas a morir. Lo sueños son películas donde tú protagonizas, donde eres el centro de todo… aunque ese todo se convierta en nada cuando despiertas.

Recuerdo que de niño, después de ver una película llamada "Al filo del tiempo" soñaba con volcanes. Era mi pesadilla recurrente… de las montañas que rodeaban mi casa empezaban a bajar ríos de lava y teníamos que escapar en una gandola. Me despertaba aterrado y el sueño se repetía muchas veces.

Pero me volvía a dormir deseando continuar para ver qué pasaba. Creo que en sueños soy más valiente. No se a ti, pero a mí me parecen fascinantes, incomprensibles. ¿De dónde salen? ¿Son viajes? ¿Son recuerdos de otras vidas… son vidas de desconocidos que se cruzan en las noche? ¿Son deseos reprimidos? ¿Encuentros furtivos?

Qué maravilla es despertarse con el corazón a millón y no saber con certeza qué te ha ocurrido. Querer recordarlo todo mientras lo que viviste se va desvaneciendo tan rápido como los latidos del corazón.

Yo he soñado con personas a las que he amado y al día siguiente puedo sentir cómo sigue su olor en la habitación. Así estén a kilómetros de distancia, estuvieron muy cerca, un instante, mientras dormía.

¿No es maravilloso hacer el amor con gente a la que en el mundo físico no podrías ni tocar y despertarte bañado en sudor sabiendo que no salió de tu piel? ¿No es maravilloso no sentirse culpable?

Soñar es una manera mágica de estar cerca… de sentirse vivo cuando todo a tu alrededor parece estar despierto y muerto.
Por eso yo, escojo soñar, porque los sueños te liberan de tu vida… y pobres aquellos que no pueden recordarlos.

3.04.2007

¿Y ahora qué?

Y aquí me tienes. ¿Y ahora qué? No sé cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que levanté mi cabeza, desde la última vez que vi el sol. Me ahogo entre mi propia oscuridad, muevo los brazos buscando una respuesta y no hago más que tropezarme con mis propios pedazos que inundan el suelo.

No recibo los rayos de tu luz que deben secar las lágrimas que recorren mi cara y van a parar a un mar sin peces, ni estrellas, ni sueños. Una tarde te vi llegar junto a mí para después desaparecer dejándome en una caja de cartón con mi corazón a la deriva. Busqué entre las sábanas tus razones, pero encontré un hueco frío y vacío que una vez llenaste y que poco a poco se va agrietando.

En una de esas olas que no van a ningún sitio, me ha venido a la cabeza aquella tarde de octubre en que nos conocimos. Ni me acuerdo ni me interesa recordar cuál fue la primera palabra que te dije. El sol ya no hacía daño y las hojas que caían ocultaban todo aquello que no queríamos mostrar. Ése ha sido nuestro error durante estos años. Nos hemos ocultado hasta lo más visible. No hemos sabido decirnos la verdad, aunque nunca mintiese cada vez que te dije un “te quiero”, ni siquiera aquel último en la fuente del parque donde tanto nos gustaba pasear y donde, de una vez por todas, se acabó lo que no tenía continuación, lo que desde meses atrás se había convertido en un infierno. Y sigo preguntándome qué nos ha pasado, por qué ahora puedo odiarte con las mismas fuerzas con las que te quise, hasta el punto de tener que evitar tu cara hasta en los más profundos sueños.

Ojalá tuviese suficiente valor como para decirte todo lo que he callado, todas las veces en las que me he cosido la boca para no chillarte el mal que me estabas haciendo. Quizá ese fue mi gran error, no decirte que me apagabas cigarros en la frente, no decir nada. Sólo me golpeaba la cabeza contra la puerta del armario intentando sacarme la venda que me cegaba, la que me hacía volver a ti. Como la peor de las drogas, necesitaba mi dosis diaria de ti, que me matabas y me hacías vivir. Era inevitable este final, lo que no recordaba es que no es tan fácil dejar de fumar.

Lo peor de todo cuando me miro al espejo es que no puedo culparme de todo lo que te hice. Quiero escupirme, pisar mis cristales rotos, decirme a mí mismo que todo lo que te hice no lo merecías, pero no puedo ni hacer eso. No cuando recuerdo todas esas noches en las que la versión oficial me decía que salías con tus amigas y la versión matinal me contaba cosas muy distintas al oler aquel perfume caro de hombre y ver aquella pequeña tarjeta de hotel de lujo en tu bolso. Esas mañanas en que me iba a dar un paseo porque me agobiaba estar en casa, porque olía ese perfume por cada rincón. Esas mañanas en que no era capaz de mirarte a los ojos y ni siquiera me atrevía a preguntarte dónde habías estado, porque tenía miedo de que me dijeses la verdad.

Recuerdo las mañanas ojerosas en las que reposaba mi cabeza sobre mis manos en la mesa de la cocina. A pesar de la ducha matinal, sentía todavía el alcohol recorriendo cada rincón de mi cuerpo. Todo mi mundo giraba sin parar en torno a esa taza de café que con su calor creaba una atmósfera más propicia para dormir que para ir a trabajar. Tú pasabas a mi lado, impasible. Otra vez lo había hecho, había abandonado mi cama, tu cama, nuestra cama. Esa en la que nos besábamos y acabábamos mirando al techo como si fuesemos dos desconocidos. Otra vez me vestí y salí en busca de alguien que me diera lo que tú no me ofrecías, eso que evitaba cerrar el círculo que forma la O de unión. Jugábamos como quinceañeros enamorados hasta que te cansabas de mí y decidías que era suficiente. Buscaba en ti alguien en quien confiar, mi mejor amigo, mi compañero, mi otro yo, mi amante. Pero tú no lo hiciste. No creí que intentar disfrutar te hiciera daño, ¿por qué iba a hacértelo? Si tú no lo hacías, no debería importarte que tu hueco lo rellenase otro, que dejase que mi piel rozase otra piel y secase el sudor de mi frente con los besos de otro hombre.

Pasaba los días esperando la noche para estar contigo y las noches esperando el día para separarme de ti. Lo que cada noche fue amor verdadero con el tiempo se convirtió en una estúpida obligación que acababa atándonos a la cama. Fue así como inevitablemente escapabas, de vez en cuando. Nunca dudé que sabías que yo conocía el verdadero motivo de tus escapadas. No hacías nada por ocultarlo. Hubiera dado lo que fuese por meterme en tu mente aquellas mañanas en las que yo me marchaba a odiarte fuera de casa. ¿Qué pensabas? ¿Te reirías de mí? ¿Disfrutarías sabiendo que yo lo pasaba mal? Siempre tuviste esa mente retorcida. A estas alturas sería absurdo jurar que yo siempre te fui fiel, pero siempre tuve la decencia de no restregártelo, de no humillarte, de no pisotearte hasta verte sangrar. Aún hoy dudo que te enterases nunca de esto. Y así llegaban las noches. Cada uno a un lado de la cama, sin hablar, pero sabiendo que nuestro lecho estaba partido en dos, que no se respiraba más que odio y que, tarde o temprano, perderíamos el equilibrio sobre la cuerda cada vez más floja. Hoy, no sólo hemos perdido el equilibrio, sino que nos hemos dado cuenta demasiado tarde, de que nunca colocamos la red bajo nosotros.

Idas y venidas dando vueltas en camas ajenas. Pero aún así, no sé por qué, tenía la necesidad de volver a tu lado, de sentirte así de distante. Tenías algo que no encontraba en ningún sitio. Tu calma equilibraba mi huracán. Eras quien me lanzaba el vaso de agua a la cara para que despertase, para que mis pies volvieran a la tierra. Necesitaba el olor de tus camisas en las que encontré carmín de mujer. Nunca dije nada, pero tampoco podía enfadarme, no sentía celos, ni envidia. Tú eras como yo, yo era como tú. Pero nos necesitábamos sin razón aparente. Se erizaba mi piel cuando me rozabas, no sé por qué. Todavía eres especial. Te echo de menos y me pregunto si tú también lo haces.

¿Cuánto tiempo ha pasado? La verdad es que no llevo la cuenta. Ni de esto ni de nada. Desde que nos dijimos adiós nunca nada me ha preocupado. Eso pasa factura, en ningún trabajo quieren a alguien sin preocupaciones y yo no soy ninguna excepción. Las marcas en mi muñeca, un tanto maltrecha, aseguran que te echan de menos. Yo me niego a darles la razón. Tengo miedo de dársela. Sé que si se la doy, si ahora mismo te viera, en cualquier lugar, después de este tiempo, no podría evitar recordar. Mi imperfección me haría recordar las mañanas abrazados y no gritándonos, las tardes buenas y no las malas, las noches de amor y no las de odio. Mi imperfección me dice que, si te tuviera delante ahora mismo, a mis labios se les escaparía un “te quiero”. Y puedo jurarte que entonces, tampoco te mentiría. Quizás las dos únicas palabras a las que siempre guardamos respeto.

Cogeré valor (o cara dura) de donde no lo hay. Mañana me plantaré en tu casa, te diré todo lo que hay, todo lo que no hay, todo lo que hubo y todo lo que quiero que haya. Quiero volver a decir que somos dos, con todos nuestros defectos. Si sonríes, te besaré. Si me cierras la puerta en la cara no me volverás a ver, ni tú ni nadie. Mi decisión está tomada, ya solo me queda saber la tuya.

Te Odio

He venido a decirte que conmigo no podrás. Que me da igual que te empeñes en hacer daño, con nosotros no podrás.Quiero que sepas que haré lo que sea por quitarte del medio. Algún día lo conseguiré. Ese día ella y yo no tendremos que mirarte más con desprecio, porque eso día dejarás de existir para nosotros. Para siempre. No hará falta mirar calendarios, sincronizar relojes, esperar en incómodos asientos. Ese día venceremos y tú no podrás hacer nada.No habrá despedidas, sólo buenos días. No habrá lágrimas por ti, ni flores en tu tumba. Sólo habrá algo más fuerte que nada. Lo que nos une a ella y a mí. Lo que está por encima de ti y de todo. Lo que te mata.

Emocionalmente Tuyo

Y podría decir mil cosas, pero ninguna reflejaría lo que siento por dentro. Es un tiempo que no pienso, que no dejo pasar. Es algo que nos agarra lo suficientemente fuerte como para no hacer olvidar ni un minuto.

Después de no ser, de estar en sitios donde era mejor no estar, ahora soy y estoy en ti, en nosotros, en el lugar donde todo nace, todo crece, todo vive y nada muere. Ésa es nuestra grandeza, la que nos cuida y nos da aliento para seguir en cualquier lugar. Y puedes tener por seguro que nadie te ha dicho tan sinceramente estas palabras. No puedes dudar de mis latidos, que incautos llamaron a tu puerta y encontraron, sin esperanza, respuesta.

Quisiera decir mil cosas pero sólo sé escribir estas pocas líneas que intentan decirte tanto. Quisiera darte todo pero, mientras escribo, me faltas en mi colchón. Quisiera besarte pero me muerdo los labios y sólo me acompaña la sangre de la distancia.


Pero no importa, sé esperar, si es por ti. Sé esperar a quien más quiero. Sé esperar a quien me da la vida. Y nadie lo hará con este sentimiento. De eso no hay ni habrá duda.

Pais de Sal

Soy extraño y en mi extrañeza sigo unos pasos que yo mismo no supe inventar. Vivo en mi país de sal, donde mirar mal está mal visto. Sólo pensamos de labios para fuera. Sólo actuamos con el corazón. Cuando el cielo está gris en el horizonte, quemamos los paraguas, sólo de esa forma las gotas venideras tendrán algo para apagar.
Hubo un tiempo donde vivíamos sin sol. No lo necesitábamos porque no mirábamos hacia arriba. Soy extraño y en mi extrañeza nunca he necesitado mirar hacia arriba. Porque dentro lo tengo todo y los pies los tengo casi en el suelo. La luna, al contrario que el sol, nunca dejó de salir. O al menos eso decían. La luz, aunque tenue, era la noche. Los pájaros no sabían cuándo cantar.
Un día, sin saber por qué, nos dijeron que había salido el sol. No miramos arriba para comprobarlo, siempre confiamos. Las caras a nuestro alrededor eran más nítidas, la hierba era más verde y la gente más feliz. Nunca supe bien por qué, pero el sol nos hizo bien.

LLAVES

Hay llaves que nunca han sido usadas ni lo serán. Las llaves que llevan a algún sitio secreto, probablemente no físico y permanecen durante siglos esperando simplemente ser, sin que ser implique abrir, sin que abrir conduzca a morir. Ese sitio miente, te llama sin existir, existe sin pensar en algo más que escapar del mundo donde nunca fue creado. Y miras la llave sabiendo que no existe cerradura posible que sacie tu curiosidad, pero la guardas como si te fuera la vida en ello. Miras la llave y sientes que no hay nadie en el mundo que pueda arrebatarte tus sueños, lo que un día pensaste que existiría tras aquella puerta misteriosa.

Hay llaves que conducen a varias puertas nunca antes abiertas. Una puerta te conduce a otras diez. Y cada una de ellas te conduce a otras diez. Y sientes que la vida te hace elegir. Sientes que cruzar una puerta implica no poder volver atrás. Que si elegiste mal no podrás rectificar a no ser que vuelvas al principio, a comenzar, a volver a vivir, a volver a nacer y quién sabe si a morir. Cruzas con cuidado cada puerta, con la llave adecuada. Antes de dar cada paso debes estar convencido de que lo que encontrarás tras la puerta es lo que quieres encontrar, de que podrás seguir tu camino tras ella, sin tener que arrepentirte. Cruzas las puertas, nunca con la misma llave. Vives la vida, nunca con la misma sonrisa. Y te das cuenta de que has elegido bien, cuando al cruzar esa puerta miras tu mano y la llave ha desaparecido. Nunca necesitarás esa llave de nuevo, estás en el camino correcto. Hay llaves que desaparecen.

Hay llaves doradas que abren puertas plateadas. Incluso llaves de papel que abren puertas de plástico. Hay puertas que se abren sin llave y llaves que abren mil puertas. Hay llaves con formas de manos, manos que sujetan llaves, llaves que caen al suelo y nunca nadie recoge. Hay llaves que nunca tendré, llaves que han desaparecido. Llaves que desaparecerán. Toda mi vida, habrá llaves que desaparezcan.

Cuatro palabras

El aire era gris. Y en mi cama moría la carta que lo decía todo en nada. Cuatro palabras que, sin previo aviso, salieron del papel para dejarme sin tu esencia, para dejarme con tu ausencia.
El silencio era ensordecedor. Y una cucaracha suponía el único elemento de vida que quedaba en la estancia. Tu carta era la muerte, que quemó mis manos que aún arden entre llamas y sollozos. El teléfono sonaba de vez en cuando, pero no creo que fueses tú. Nadie a este lado. Todo en mi corazón.

El olor era insoportable. Tal vez eso atrajese a los vecinos. Pero ya daría igual. A ti, de hecho, ya te daba igual. No importaban las palabras, que ya estaban olvidadas. No importaban las caricias y los besos, que probablemente no tardarían en encontrar nuevo dueño. Yo no te importaba. Yo no me importaba. Tú nunca dejaste de importarme.
El agua se había teñido de rojo. Y mi mano aún sostenía nuestra última mirada. Afilada, como la oscuridad que me encerraba.

Y la carta del adiós reposando sobre lo que un día fue nuestra cama. Y esas cuatro palabras que, entumecidas por la humedad, descansaban junto a mí.
Yo ya no soy. ¿Y tú?

Ausencia

Mil cosas deberían estar en mi cabeza y sólo encuentro una. Ya que no te tengo, ya que todo mi yo vive en ti.


¿Qué puedo hacer si no consigo abrazarte? ¿Qué puedo hacer sino resignarme, sino pensar que las cosas son como son y no puedo hacer nada contra lo que es sin ser y me deja sin saber qué hacer, ahora que no puedo ver tus ojos? ¿Qué puedo hacer más que darte los buenos días con un beso en los labios tan suave como la tímida luz del alba que se cuela entre las sábanas, como tú te colaste en mi vida sin siquiera darnos cuenta?


¿Qué puedo hacer sino ser feliz entre lágrimas de ausencia? ¿Qué puedo hacer si mi vida tiene tu nombre y tus manos, si mi ser besa con tus labios, si mi alma grita sin tenerte, si mis huesos se quiebran sin la suerte de que vuele el reloj hasta el mismo momento de sentirte de nuevo entre mis penas tornadas en alegrías? ¿Qué puedo hacer sino amar a la persona que recogió del suelo mis pedazos de esperanza y me brindó un mundo de ilusiones vividas y por vivir? ¿Qué puedo hacer sino romperme yo mismo si algún día veo rotas esas ilusiones, si algún día tu ausencia es permanente y no puedo oír de tus labios en la estación que pronto nos veremos? No me importa lo que piensen, es humano sentir miedo. Miedo de morir en vida.


Es humano amar.


Es muy fácil amarte.

Pagando mi error...

Z... Te extraño, y no sé cómo decírtelo; tal vez mi oportunidad pasó, y esa sed que llevo en el fondo de mi corazón, nunca se apagará.
Te quiero tanto, que para mi no hay nadie igual. Te quiero tanto, que ya no puedo más. Donde quiera que estés, y con quien quiera que estés, te deseo lo mejor.

Sea lo que sea, no importa, te perdí, y ni modo, no supe actuar, nunca te hice caso y tal vez perdí la oportunidad de amarte, y no sabes cuánto me arrepiento al no decirte la verdad, que te quería con todas las fuerzas de mi corazón, pero es demasiado tarde para arrepentirme, lo nuestro se acabó, así como si nada hubiera pasado...
¿y ahora qué queda?
Quedan recuerdos que siempre llevaré en mi mente y en mi corazón. Juré que nunca te iba a olvidar, y aunque sólo fueras mi amiga, que aunque me doliera... siempre pensaré en ti. Aunque me muera por dentro. No sé si sabes que todavía conservo aquel cariño que tuve para ti. Y si lo sabes me alegro, y si no lo sabes también... te deseo lo mejor, si es que encontraste a alguien más que llene ese hueco que te dejé...
perdóname si te echo de menos, perdóname por favor.